Sergio García Magariño: "¿Se puede prevenir la radicalización sin entenderla?"

Sergio García Magariño: "¿Se puede prevenir la radicalización sin entenderla?"

Probablemente debido al miedo y a la pasión que suscita, se habla tanto de radicalización que el concepto parece haberse convertido en un mantra que se invoca constantemente, que genera aparente unidad de sentimientos, pero que pierde significado y claridad con cada repetición.

A raíz de un seminario sobre prevención de la radicalización con más de 20 expertos y agentes implicados, pude participar en una reflexión colectiva y preparar un documento sobre algunas de las claves de este fenómeno. Con esa base, en los párrafos siguientes se intentarán dilucidar algunas cuestiones que circulan -de manera algo confusa- en el imaginario colectivo sobre este tema .

¿Qué es la radicalización y cuáles son sus diferentes formas?

Se podría decir que la radicalización es un proceso no lineal y complejo, cognitivo, actitudinal o conductual, mediante el cual una persona o colectivo se aleja de la norma social, de lo que se considera «normal», y se acerca a los extremos o márgenes de la sociedad en la que que se insertan o del grupo al que pertenecen.

En cuanto a su tipología, esta se suele dar en dos ejes que definen una fenomenología compleja: el eje individual-colectivo y el eje positivo-negativo. Así, la radicalización positiva se refiere a planteamientos que desafían el orden establecido proponiendo uno alternativo mejor y abogando por fines pacíficos para lograrlo. La negativa, en cambio, supone un incremento de la estrechez de miras, de la rigidez o de la actitud y comportamiento favorables a la violencia. Esto se puede dar en personas, en grupos o en sociedades enteras, pero siempre en relación a otros.

¿Y qué pasa con la radicalización violenta?

En las ciencias sociales existe una técnica de análisis que se denomina la trayectoria. Esta técnica se popularizó con un estudio clásico de la sociología de la desviación, Los extraños, donde se describía el progresivo mecanismo individual y de superación de los controles sociales intersubjetivos del fumador de marihuana. Esta técnica tiene muchas aplicaciones y hoy se utiliza casi intuitivamente para conocer el camino que ha de seguir alguien para llegar a ser médico, científico o criminal. Veamos, pues, cómo se da en quien llega a estar dispuesto a utilizar la violencia para lograr fines.

La radicalización puede concebirse como un sendero con tres etapas. La primera etapa es actitudinal o cognoscitiva, donde la persona o el grupo se vuelve inflexible, cerrado al diálogo, enajenado del resto y propenso al aislamiento. La segunda etapa supone una externalización de resentimientos canalizados hacia otros grupos o personas, buscando herirlos mediante insultos o vejaciones -tipificados en España como delitos de odio-. La tercera etapa entraña la acción violenta en busca de fines políticos, económicos y religiosos principalmente.

El tipo ideal presentado en el párrafo anterior no es una representación exacta de cómo se da la radicalización en personas y colectivos, pero nos aproxima a dicho fenómeno de manera analítica para que podamos comprender cómo se produce su intensificación.

¿Y qué hace que la gente se radicalice?

La radicalización es un fenómeno complejo y multidimensional. Los factores que inciden en el mismo pueden agruparse en tres categorías: micro (individuales o motivacionales), meso (relativos al grupo inmediato) y macro (políticos, económicos, globales, ideológicos, geopolíticos). En un artículo científico publicado en Dilemata por quien escribe, se puede explorar con mayor profundidad esta batería triple de factores que nutren la radicalización.

¿Se puede prevenir?

Algunas de las estrategias más efectivas para prevenir la radicalización parecen ser los programas de mentoría, las estrategias de integración holísticas, la generación de contranarrativas que deslegitimen todo tipo de violencia, una educación que dote de recursos intelectuales, morales y emocionales y de pensamiento crítico a la población en general -a través de la escuela, los medios, programas no formales, de índole científica, ética y religiosa- y la feminización de la vida social.

Cada estrategia identificada nos abre una caja de pandora que requiere la generación de una ingente cantidad de conocimiento práctico para informar las política públicas y privadas. En el caso de España, el Plan Nacional de Prevención de la Radicalización es el marco dentro del cual piensa y actúa una gran cantidad de actores públicos y privados. No obstante, debido a su amplitud, se hace difícil evaluar su impacto. Esta es una tarea importante pendiente.

Atajar la radicalización violenta una vez que ya existe es más difícil. Se necesita una combinación de estrategias políticas, militares, mediáticas y policiales bien coordinadas local, nacional e internacionalmente y fundamentadas sólidamente en un entendimiento de la ideología y religión de los grupos y personas radicalizados.

¿Existe marcha atrás para quienes se radicalizan?

La desradicalización se conoce como el sendero extremadamente complejo, inverso a la radicalización, que implica que las personas o grupos radicalizados vuelvan a la normalidad y se integren en la sociedad de la que se habían alejado o en la que nunca habían encontrado un espacio desde el que contribuir al enriquecimiento de la vida social. Existen programas incipientes y prometedores, como el Ruiseñor de Cataluña o el modelo Aarhus de Dinamarca, pero cuya eficacia no está probada de manera definitiva.

En conclusión

Nuestras sociedades, y España en particular, parecen estar siendo el espacio donde muchas personas y grupos se radicalizan. No suele haber dificultades para reconocer que aquellos que deciden utilizar la violencia con fines políticos y religiosos se han radicalizado de manera negativa. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando los signos de radicalización son menos manifiestos, cuándo la forma es más sutil y cuándo toda una sociedad comienza a polarizarse?

Para combatir el terrorismo parece que nos hemos ido preparando paulatinamente. Empero, ¿qué hacer cuando el discurso político se radicaliza y las posturas se vuelven intolerantes, rígidas e intransigentes, sin llegar a ser abiertamente violentas o xenófobas pero donde el desprecio de lo diferente se vuelve la norma?, ¿qué hacer cuando el debate público en los medios y en las redes se encrespa, se agita, se torna ácido y lleno de acusaciones, pierde la dimensión humana y el espíritu de buscar la verdad y de construir sobre los logros de los demás?, ¿qué hacer cuando las personas se olvidan de escucharse y de intentar hacer evolucionar sus opiniones cuando se encuentran con alguien que piensa diferente?

Yo trabajo sobre la radicalización violenta, pero esta otra radicalización es la que más me preocupa hoy porque pasa inadvertida, porque está normalizada y porque, algunos, la consideran un signo de salud democrática. Tolerar lo diferente no es suficiente para que haya cohesión social. Se requiere querer a lo diferente y estar dispuesto a hacerlo propio, porque solo integrando la diferencia emergen nuevas propiedades, ya sea en el reino biológico, político o social.

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