Pasado, presente y futuro frente al Covid-19

Publicado en: Traductor de Ciencia, Universidad Pública de Navarra
Pasado, presente y futuro frente al Covid-19

#UPNAResponde/#NUPekErantzun: Pasado, presente y futuro frente al COVID-19

Responde: Sergio García Magariño, investigador del Instituto I-Communitas (Institute for Advanced Social Research-Instituto de Investigación Social Avanzada) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA).

 

La incertidumbre que se vive a raíz del coronavirus ha sincronizado, en un mismo horizonte temporal, desafíos pendientes de resolver que se han puesto de manifiesto, posibilidades de cambios sociales espontáneos imprevisibles y prescripciones diversas para transformar esta crisis en oportunidad. A continuación, se intentará tejer, entrelazando esas tres tramas relativas al pasado, presente y futuro del COVID-19, una urdimbre coherente que dé sentido al momento que se vive y que haga inteligibles los retos que la sociedad ha de enfrentar sin dilaciones.

Desafíos sin resolver

La crisis asociada al COVID-19 puede verse como un indicador de los defectos del orden social previo. En otras palabras, la «normalidad» que se atribuye al pasado, al mundo pre COVID-19, era una situación inviable que amenazaba la civilización desde muy diversos ángulos. El cambio climático, con los desastres naturales y pandemias inherentes a él, es quizá el signo más claro de unas deficiencias estructurales que hace tiempo tenían que haberse encarado.

Sin embargo, la gestión de la globalización económica tampoco estaba siendo eficiente y estaba produciendo malestar, tanto por las desigualdades que generaba, como por la fractura social que suscitaba y la fragilidad de la cadena de producción y de comercialización en que se basaba. El modelo de desarrollo, por otro lado, era insostenible, ya sea desde el punto de vista de la dependencia energética, del colapso ambiental que estaba propiciando, de la brecha entre el mundo rural y urbano que ampliaba, de la desconexión de la agricultura local, del desprecio de la vida comunitaria geográficamente situada que inducía o desde el de la poca resiliencia que engendraba y la imposibilidad cognitiva de reproducir a pequeña escala, aunque universal, los diferentes procesos de vida.

El envejecimiento de la población, además, suponía un reto para mantener los sistemas de protección social de los países occidentales, unos sistemas de protección que, según la ONU, debían llegar a todas partes del mundo para proteger a poblaciones vulnerables que no se habían beneficiado en absoluto de los avances económicos totales vinculados con el aumento de la productividad global. Las amenazas globales tipificadas por el Consejo de Seguridad, tales como las armas de destrucción masiva, el terrorismo y el crimen trasnacionales, los conflictos armados, los movimientos masivos de poblaciones, seguían acechando al mundo. La robotización de la economía y sus repercusiones sobre la organización del trabajo, la ciencia de los datos, los sistemas de rastreo, la inteligencia artificial o los avances en la investigación del genoma humano conllevaban riesgos imprevisibles en muchos ámbitos de la vida colectiva como el de la libertad, el derecho al trabajo o el rango para la voluntad de actuación.

A estos desafíos antiguos, se le han sumado dos nuevos directamente relacionados con el virus señalado. Primero, la gestión de la crisis sanitaria en sí plantea preguntas para las que todavía no hay respuesta: universalizar los tests diagnósticos, implementar sistemas de rastreo efectivos, por cuánto tiempo mantener las medidas de distanciamiento social (físico), el desarrollo, producción y aplicación masiva de una vacuna, anticiparse a una segunda ola de contagios o equilibrar la seguridad sanitaria y la libertad. Y segundo, amortiguar y resolver la crisis económica que se avecina y que, sin entrar en alarmismos, puede hacer caer el PIB mundial, según las estimaciones del FMI, en un 3% y el español en un 8% en 2020.

¿El experimento social forzado del presente cambiará tanto la vida colectiva?

Durante el período de confinamiento han surgido tendencias sociales, comportamientos espontáneos y dinámicas de vida y de trabajo que podrían alterar la forma de organización social. Predecir ahora si esos cambios serán duraderos o siquiera positivos, probablemente sea pecar de imprudencia. Sin embargo, es útil identificar cuáles son algunas de esas alteraciones de la vida cotidiana que podrían haber llegado para quedarse.

Los patrones individuales de comportamiento han sido ambivalentes, pero han hecho ver pautas no tan patentes anteriormente. Los brotes espontáneos de solidaridad y de altruismo, la conciencia de la interdependencia, la autodisciplina en pos del bien común o la reducción del consumo, sea este de bienes materiales y servicios, de energía o de actividades de ocio, como los viajes, en general, han sido gratamente bienvenidos. Asimismo, los episodios de egoísmo, los conflictos por bienes escasos, la compra compulsiva de ciertos productos, el uso desenfrenado de las redes sociales y el consumo acrítico y desproporcionado de información han sido comunes. ¿Qué tendencia triunfará?

En cuanto a los arreglos institucionales y las políticas públicas para abordar la crisis, han oscilado entre quienes proponían mayor integración y cooperación internacional, mayor solidaridad y multilateralismo, y quienes abogaban por recluirse tras las fronteras nacionales para protegerse. La Organización Mundial de la Salud ha sido gran protagonista, pero también objeto de crítica por su dudosa transparencia y eficacia en la gestión de la crisis en sus etapas iniciales. China ha sido considerada ante la comunidad internacional como la raíz de la crisis y, por tanto, el país a evitar, pero también como la salvadora y proveedora esencial de material sanitario y apoyo logístico. EEUU ha adoptado una actitud unilateral que pone en riesgo su liderazgo mundial de por sí ya deteriorado. ¿Cómo quedará la arquitectura institucional mundial tras la crisis, fortalecida o debilitada?

La comunidad geográficamente localizable (un ente casi desaparecido con la modernidad) ha resultado ser imprescindible, tanto para las dinámicas de apoyo mutuo como para la generación de una resiliencia colectiva que solo se logra con el anclaje de la economía y los procesos de vida básicos en el ámbito local. La conciencia ecológica parece haber avanzado, aunque los imperativos económicos pueden hacer que se disipe. La producción y la comercialización se han alterado, ya que el mito del abastecimiento inmediato sin importar el lugar de producción ha sido desenmascarado. ¿Habrá una reducción de las cadenas de valor y una reubicación de los lugares de producción, para acercarlos a los lugares de su consumo, al menos en el caso de ciertos productos esenciales?

Dicen que la digitalización ha sido uno de los procesos que más se ha acelerado durante la crisis. El teletrabajo se ha implantado sin avisar. La educación ha migrado al mundo online. Las nuevas tecnologías de la comunicación se han usado profusamente, alfabetizando tecnológicamente de forma exprés a millones de personas. Sin embargo, el teletrabajo no siempre ha supuesto mayor conciliación familiar, ya que elimina la separación saludable entre la casa y el trabajo, entre el deber y el ocio, y genera estrés y dificultades de concentración cuando los espacios no son los apropiados o la atención de los niños se vuelve más apremiante. La educación online ha puesto al descubierto las grandes desigualdades entre las familias con conexión y sin conexión, las familias con posibilidad de apoyar a los hijos en las tareas del cole y las que no, las familias con competencias para manejar el estrés y resolver los conflictos pacíficamente y las que no. Asimismo, la sobre exposición a la información y la comunicación online, además de haber paliado la necesidad de un contacto abruptamente interrumpido por el aislamiento, ha traído otras infecciones: las noticias falsas, la posibilidad de ser objeto de robos y estafas, la pérdida de tiempo y estrés por querer responder a todos los que escriben y no poder. ¿Qué ocurrirá después?

La ética del cuidado, la consideración por los ancianos y el aprecio del trabajo en el hogar y de la educación de los hijos parecen haberse fortalecido, aunque los asilos han sido los lugares donde más se han concentrado las muertes; y los hogares, aunque han podido ser objeto de revisión, también han sido las cárceles tortuosas para familias con tensiones y los contextos donde niños y mujeres han vivido la violencia con mayor virulencia. ¿Cuál será el resultado final?

El estatus de las profesiones parece haberse alterado, generándose una nueva pirámide de jerarquías en la que las posiciones superiores son ocupadas por el personal sanitario, los trabajadores de los supermercados, los proveedores de luz e internet, por mencionar algunos. Además, los denominados intangibles en el mundo económico, que antes se situaban en las zonas marginales del discurso público, tales como la solidaridad, la reciprocidad, el altruismo, la cooperación o la confianza, avanzan hacia el primer plano del debate. ¿Será algo pasajero o permanecerá?

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

 

¿Y ahora qué?

Salvo que las manifestaciones espontáneas de afecto, solidaridad y cooperación, tanto individuales como institucionales, den origen a nuevos patrones de comportamiento, de consumo y de relaciones y a nuevos arreglos institucionales, es probable que la inercia social haga que se vuelva al punto en el que se estaba antes de la crisis, y esto, por las razones antes expuestas, sería trágico, ya que el futuro es probable que depare situaciones más graves que esta que requieran de acción concertada. Por ello, aquí se plantean cinco líneas de actuación que podrían ser relevantes para responder a los restos del pasado y para nutrir las tendencias constructivas que han nacido o renacido con la crisis.

A todas luces parece fundamental reforzar los mecanismos de gobernanza global, los sistemas de cooperación multilateral, el sistema de seguridad colectiva de la ONU, con la visión de federalizar las relaciones entre los Estados de forma paulatina. Vivimos en una era global (Albrow) donde todos los procesos sociales se han globalizado, a excepción de la política. Esta pandemia podría (debería) ser el revulsivo para concluir el proceso de integración global y evitar que el catalizador sea una guerra, como lo ha sido en el pasado.

La política económica debería aprovechar la coyuntura para avanzar en lo glocal: visión global, conexiones globales pero acción anclada en lo local. Además, la sostenibilidad ambiental y cognitiva del modelo debería apuntalarse. Es probable que sea necesaria una política fiscal que grave, al menos temporalmente —tal como proponen exaltos funcionarios del Banco Mundial— a aquellos con rentas más altas para mantener los sistemas de protección social principalmente para los más vulnerables. Además, la redistribución de la producción de alimentos, para que no se concentre en pequeños territorios, y considerándose una cuestión de seguridad, se tornan vitales. Es el momento de intentar reformar el modelo de desarrollo para hacerlo más resiliente, circular, igualitario y sensible hacia los más desfavorecidos.

Un aspecto axial, aunque complejo, resulta de la necesidad de redefinir las relaciones entre los individuos, la comunidad y las instituciones al calor de la noción de interconexión, del empoderamiento mutuo y de la reciprocidad. No es cuestión de altruismo, sino de supervivencia. Exige tanto aprendizaje como reformular la noción de comunidad geográficamente situada. La comunidad parece reclamar la posición que le corresponde como espacio de socialización y de apoyo mutuo por excelencia; pero liberada tanto de los tintes opresivos de las comunidades tradicionales como de la virtualidad de las comunidades de adscripción y de socialización en línea.

La cuarta línea de exploración tiene que ver con la universalización de estructuras locales para el aprendizaje interconectadas, unas estructuras donde han de interactuar el conocimiento experto, la cultura y tradición local, y la experiencia, en ambientes de deliberación consultiva. Esto requiere al menos dos ajustes. Por un lado, reemplazar a la economía como eje de la existencia social para establecer a la generación de conocimiento acerca del desarrollo colectivo propio como proceso central de la existencia social; y por el otro, distinguir el conocimiento técnico que se logra mediante la investigación científica y tecnológica, del conocimiento práctico,ético y político sobre cuestiones tales como la justicia, el bien común o el desarrollo, que exigen acción y debate. Este último punto ayudaría a situar el aprendizaje en un punto medio entre la tecnocracia y el populismo, ya que cuestiones de salud pública y de justicia social siempre requerirán del saber experto, pero este nunca agotará las opciones de acción política, como bien expone Joaquín Sevilla. Por último, el aprendizaje así situado facilitaría la superación de disyuntivas artificiales como la preponderancia de la salud sobre la economía y viceversa.

Por último, feminizar la vida social parece más apremiante que nunca. Esto supone la apertura de todos los espacios de la vida colectiva para que las mujeres puedan colaborar con los hombres en la construcción de una sociedad más justa para todos, acercándoles, como Daniel Innerarity señala, a todas las esferas del poder. Sin embargo, además de eso, también exige que algunas facultades que históricamente se han asociado con la feminidad —ya sea por cuestiones de función social, por la trayectoria cultural acumulada o por rasgos inherentes—, se insuflen en todo el cuerpo social y, especialmente, en la vida pública. En una sociedad compleja e interconectada, la empatía, la conversación constructiva, la resolución pacífica de los conflictos, el tacto, la prudencia y sabiduría, el pensamiento holístico, la acción desinteresada, la anticipación y previsión, el intercambio recíproco adquieren una relevancia capital para abordar problemas como los que se han identificado anteriormente.

En definitiva, la situación crítica que se vive, y que se prolongará con mayor o menor intensidad durante un periodo considerable, ha fundido en un mismo crisol tres caminos que conducen hacia un mismo futuro: el de los asuntos pendientes, el de los cambios posibles y el de los ajustes necesarios. De su buen desenlace depende, en gran medida, que esta crisis se torne oportunidad y haga salir a la sociedad internacional reforzada.

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