¿Desde qué óptica es más fácil y realista entender la complejidad del mundo?

Publicado en: The Global World
¿Desde qué óptica es más fácil y realista entender la complejidad del mundo?

Entender el mundo no es nada sencillo. Para comenzar, ¿dónde ponemos el acento?, ¿hacia dónde miramos?, ¿qué es más relevante?, ¿cómo fijarse en lo crucial y no en lo anecdótico o en lo que los analistas ponen de moda?, ¿desde qué perspectiva interpretamos lo que ocurre?

En el mundo existe un ecosistema donde los seres humanos viven, existen estados, existen naciones sin estado, existen organizaciones internacionales, existen conflictos, existe crimen, existen regiones políticas, existen personalidades de influencia global, existen empresas nacionales y transnacionales, existen religiones, existen ideologías, existen fuerzas políticas, históricas, económicas y sociales… En definitiva, existen tantas cosas que parece imposible contemplarlo todo a la vez.

Precisamente, por la razón expuesta anteriormente, surgen las perspectivas teóricas, las visiones de conjunto, los marcos referenciales desde los que se interpretan los múltiples sucesos que acontecen. Estas miradas, no obstante, necesitan estar abiertas a la posibilidad de dejarse asombrar, sorprender, seducir, por la realidad empírica que aspiran a comprender. En los siguientes párrafos, después de revisar brevemente algunas de esas «gafas interpretativas» que los especialistas denominan teorías —y que representan las explicaciones científicas más sofisticadas, pero que también incluyen algunos supuestos no empíricos—, propondré cierta manera de aproximarnos al análisis del mundo dejándole al lector la tarea de determinar su validez, riqueza, rigor y utilidad.

Comencemos con la perspectiva más extendida, la que se conoce como realista. Desde este prisma, el mundo se concibe como un espacio de recursos limitados donde todos compiten por apropiarse de dichos recursos y por alcanzar posiciones de privilegio. Cuando se busca detrás de cada conflicto, de cada institución internacional, de cada comportamiento, un interés oculto, una élite dirigiendo el mundo a su antojo, un país queriendo imponer su hegemonía, o buscando beneficiarse del petróleo, o queriendo vender armas, se están mirando el mundo con las gafas de esta teoría. Los análisis geopolíticos que identifican regiones, potencias emergentes y estrategias para ampliar las influencias, beben también de esta perspectiva. En el corazón de la misma, hay un sutil planteamiento de que los seres humanos son irremediablemente egoístas por naturaleza y que, como consecuencia de ello, el interés individual y el interés nacional son los únicos principios que pueden articular la vida social y desde los que, por tanto, se ha de interpretar el comportamiento de los estados, las organizaciones internacionales y las empresas trasnacionales.

La segunda mirada, contrapuesta a la anterior — y que ejerce bastante influencia tanto en los analistas como en los ciudadanos de a pie que contemplamos el mundo aparentemente caótico que nos rodea—, plantea que las ideas pueden moldear la realidad social, incluyendo el sistema internacional. Las luchas de poder pasan a un segundo plano y los debates racionales, las propuestas de creación de normas que regulen las relaciones, las percepciones que los diferentes actores internacionales poseen, sobresalen como los aspectos centrales a tener en consideración. El problema de esta forma de interpretar el mundo es que, al enfocarse tanto en las ideas, en las normas y el pensamiento, obvia la influencia que las relaciones de poder o de cooperación y las condiciones sociales ejercen también sobre las ideas.

Hay más gafas con las que la gente interpreta el mundo. Hay gafas que solo permiten ver el comercio y que parten de la premisa de que el comercio es el fundamento más sólido para la paz. Hay gafas que permiten observar las relaciones de dependencia que se dan entre los estados colonizadores y los antiguamente colonizados, o entre los diferentes sectores sociales de un país. Otras gafas de aumento magnifican tanto el caos, las relaciones de poder, los discursos de legitimación del orden y del statu quo que te arrastran hacia la conclusión de que no es posible dar sentido universal a lo que ocurre. Hay otras gafas, ya que la oferta es amplia, pero la calidad de las mismas quizá no sea igual. Por ello, en los últimos párrafos voy a intentar proponer una mirada alternativa que, aunque también se basa en ciertos supuestos que haré explícitos, aspira a ayudar a comprender la realidad empírica del mundo de forma más o menos holística; en otras palabras, teniendo en cuenta la totalidad.  

Para comprender las dinámicas del mundo actual, deberíamos optar por una mirada en términos de proceso, de un movimiento histórico por etapas. Lo que somos hoy es, en su mayor parte, el resultado de las fuerzas del pasado. La humanidad como un todo, desde las primeras sociedades humanas hasta la actualidad, parece haber atravesado diferentes estadíos desde formas de organización más simples hacia formas de organización más complejas. Así, la familia, los clanes, las tribus, las ciudades estado, los estados nación pueden verse como diferentes hitos en el proceso de evolución social de la humanidad. Los sistemas políticos, sociales y económicos, los principios organizacionales de la vida colectiva, han tratado de dar respuesta a las necesidades y a los imperativos impuestos por cada etapa.

Ese proceso de evolución social hacia formas de organización más complejas parece haber alcanzado su clímax en los últimos 150 años, ya que el mundo, debido a la mundialización de los procesos sociales —como resultado, en gran parte, de ciertos avances tecnológicos— se enfrenta a desafíos globales, pero con los instrumentos de un momento histórico donde el estado-nación era el espacio social que contenía la mayor parte de la vida colectiva. Combatir el cambio climático, las armas de destrucción masiva, la pobreza o el terrorismo internacional; gestionar desde las perspectiva de los derechos humanos los movimientos migratorios transfronterizos; atajar las enfermedades infecciosas que se expanden sin restricciones; mediar ante conflictos internacionales que amenazan la estabilidad global son solo algunos problemas actuales que requieren niveles de coordinación, de reciprocidad y de acción colectiva inusitados.

Ante este panorama y poniendo el foco en las dinámicas del mundo actual, uno podría identificar dos tipos de fuerzas o procesos que, de diferente manera, impulsan al mundo hacia un nuevo tipo de organización social que puede incluir el estado-nación pero que requiere colocar al planeta como marco de referencia. En otras palabras, la encrucijada entre la necesidad de organización social, política y económica mundial y las inercias vinculadas con la soberanía nacional absoluta es el signo de la época.

El primer tipo de fuerzas al que me he referido parecen ser destructivas pero están permitiendo que se adopten perspectivas globales. Las guerras, el cambio climático, los conflictos entre estados, el retorno de las ideologías extremas, el fortalecimiento de las políticas nacionales proteccionistas, la corrupción, la lucha despiadada por los recursos naturales, el crimen transnacional son ejemplos de este tipo de fuerzas desintegradoras que nos ponen en la tesitura de tener que repensar nuestros mecanismos de gobernanza anclados en el estado-nación.

El segundo tipo de fuerzas está relacionado con movimientos y organizaciones que, captando el espíritu y las necesidades de esta época, trabajan por establecer un nuevo orden mundial justo, con mejores mecanismos de cooperación y reciprocidad, sostenible, con instituciones mundiales y donde el interés nacional se acomode al bienestar global. Los movimientos por los derechos humanos, por la emancipación de la mujer, por la erradicación de la pobreza, por la renta básica, por la salud internacional, por la educación universal; la creación de organismos internacionales tales como la ONU, la Unión Euroasiática, la Liga Árabe, Mercosur, la OTAN o la Unión Europea; las cumbres mundiales de líderes políticos, oenegés y representantes religiosos son todos indicadores de este segundo tipo de fuerzas integradoras.

En conclusión, entender el mundo es un desafío que no lograremos resolver aunque dediquemos toda la vida a ello. Sin embargo, el esfuerzo merece la pena; es un reto fundamental si aspiramos a mejorar la sociedad que nos ha acogido y a la que, por lo tanto, debemos mucho. Las teorías, gafas o miradas específicas nos ayudan a dar sentido a lo que vemos, ya que que constituyen mapas simplificados de la realidad que nos permiten navegar por ella. Todas las gafas nos ayudan a agudizar la visión, pero hemos de ser conscientes del riesgo de confundir las gafas con la realidad misma. El panorama que he presentado al final de este artículo pretende ayudar a quien dirige su mirada hacia el mundo a, por un lado, beneficiarse de los análisis tradicionales y de sus claves interpretativas y, por el otro, adoptar una perspectiva más amplia de proceso que combine el lenguaje de la crítica con el análisis constructivo y realista de las posibilidades; porque el mundo no está ahí solo para contemplarlo, sino para disfrutarlo y, sobre todo, para mejorarlo.

 

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