Camus, Shoghi Effendi y el Renacimiento Universal

Publicado en: ABC
Camus, Shoghi Effendi y el Renacimiento Universal

Albert Camus usa en La peste —clásica novela existencialista— a esta epidemia como metáfora del absurdo o falta de sentido vital. Pues se trata de una calamidad azarosa que sin lógica ni razón azota de forma insólita a toda la sociedad por igual. El golpe de efecto de Camus es urdir una trama en la que la devastadora plaga tiene como resultado final un cambio profundo en la conciencia social.

Historiadores importantes, como el gran Ruiz-Domènec, creen que la peste negra de 1348 —la mayor pandemia de la historia hasta la fecha, al llevarse por delante al sesenta por cien de la población en Euroasia— estableció las bases para el renacimiento europeo.

¿Podremos ver en los graves efectos económicos y

sociales que nos reportará la actual pandemia global (una zoonosis, como la peste bubónica) un efecto renaciente? No quizá en el sentido purgativo profetizado por el fraile Savonarola con respecto de la epidemia sifilítica que castigó las vanidades y el materialismo de la Florencia de los Médici, pero sí en un sentido mucho más fundamental y trascendente: nuestra toma definitiva de conciencia radical, cabal y permanente de que cualquier solución a cualquier crisis deviene anacrónica y, por tanto, ineficaz, si no se basa en la unión política de la humanidad.

Un gran físico de nuestro país, el influyente Francisco Yinduráin, predijo prodigiosamente hace dos décadas que «la facilidad de la propagación de enfermedades por el desarrollo de las comunicaciones, junto con la superpoblación, pueden resultar una bomba tan letal como las atómicas. La imagen dantesca de una epidemia mundial de super-gripe mortal, desarrollándose a la velocidad de las epidemias de gripe ordinarias, no corresponde a algo imposible».

Ruiz-Domènech explica que a mediados del siglo XIV la sociedad europea se había propuesto la idea de un gobierno universal y esperaba su advenimiento, pues era el corolario del proceso del uso del capital como motor de la economía. Pero el proyecto quedó abortado, precisamente, debido a la peste negra de 1348. Ello significó un círculo vicioso similar al que nos podríamos ver abocados también ahora: «el gobierno universal garantiza el desarrollo de la economía, sin embargo, para que eso ocurra es necesario que no se produzca una crisis como la de 1348; momento en que una conclusión se impuso: no se puede hacer nada contra las catástrofes que, periódicamente, provocan la ruina de la civilización. Cuando esta idea se generaliza aparece el miedo en la sociedad».

La trama de la historia muestra, no obstante, que las grandes crisis pueden aprovecharse para impulsar el proceso civilizatorio y para reorganizar los asuntos humanos de forma innovadora. De la primera y segunda guerras mundiales surgió la solidaridad internacional, tanto en la forma de un creciente sentimiento colectivo subjetivo que conecta a las personas con el dolor ajeno, aunque sean de otros países, como en forma de la creación de instituciones internacionales al estilo de la Unión Europea o la Organización de las Naciones Unidas.

Sin embargo, avanzar hacia la federalización de la humanidad —en línea, por ejemplo, con la predicción de un Shoghi Effendi acerca de la unión política del mundo, gracias a la creación de instituciones supranacionales dotadas de soberanía, pero escrupulosamente respetuosas con la diversidad nacional— es todavía un desafío pendiente. Hace un siglo este ideal parecía una utopía. La pandemia actual, empero, es un signo más de que, o bien se forma la comunidad política del género humano o difícilmente podremos ser resilientes a los infortunios propios de nuestra era, ya sean los del cambio climático, del terrorismo y crimen internacionales, de las infecciosas globales o de las armas de destrucción masiva.

La crisis actual genera respuestas contradictorias en las personas y en las instituciones que son buen reflejo de esta encrucijada: muestras de compañerismo y altruismo, pero también de agresividad y egoísmo brotan espontáneamente de la gente; múltiples ejemplos de cooperación reforzada entre estados así como de erección de murallas y fronteras emanan igualmente de los gobiernos. Del mismo modo, la tensión entre la dimensión individual y comunitaria del ser humano se pone en evidencia durante una pandemia que exige colocarse en el lugar del otro y aplicar las lógicas de las dinámicas colectivas. El Presidente del gobierno manifestó algo crucial: el individuo debe protegerse pero para proteger a la sociedad.

El establecimiento de una mancomunidad de Estados federados, sacrificando soberanía, no ha de verse como una idea sobre la que la humanidad pueda debatir tras superar sus problemas económicos, sociales y ambientales; sino como un imperativo histórico para poderlos superar: «la aplicación de la seguridad colectiva a otras amenazas que afectan al patrimonio común de la humanidad —advirtieron hace 25 años los discípulos del mismo Shoghi Effendi— incluye el surgimiento de nuevas pandemias».

Arash Arjomandi es filósofo y Sergio García Magariño es sociólogo de la UPNA

 

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